lunes, 5 de diciembre de 2011

Tres Ventanas (Cuento)

Antes de esa día, justo la noche anterior, había llovido. Ella acostó a sus hijos, cerró las ventanas y se fue a buscar los dos cuchillos. Luego los puso en cruz  en el solar de la casa. Así lo había hecho su madre, su abuela y todas las mujeres de su familia. Fueron dos horas de chaparrón hasta que finalmente las nubes se vaciaron. Ana se quedó dormida mucho antes, ya no tenía la misma resistencia. Octavio llegó horas después tambaleando y quiso encender un cigarro antes de acostarse. En el solar el aire estaba más fresco; se sentó allá en el taburete a fumar despacio y a pensar largo. Sabía que estaban en peligro. Los muertos flotando en el río no asustan al arriero, pensó. Otra vez la imagen del río, los cuerpos bajando, livianos como troncos secos, hasta que casi se fuma el filtro.  Miró al suelo y supo que había llovido. Menos mal Ana puso los cuchillos viejos, se dijo y suspiró mientras los llevaba de regreso a su sitio. Se quitó las botas antes de entrar a la pieza, sintió la tibieza del cuerpo amado bajo la colcha, cerca a su mentón y le susurró con el pensamiento: “Ana, usted me alegra la vida hasta cuando duerme, mañana nos vamos”. Animado por la reciente decisión, dejo de verla por un instante para entrar en los sueños suyos, Al suelo, no levante la cabeza por que lo quiebro, Ana, corra, no voltee corra, Tírese al suelo, Ana, Ana, Que yo no le recibo regalos a nadie, mucho menos a usted Octavio, Dónde estoy, me caigo, ay Dios mío, ayúdeme, Virgencita del Rosario, Octavio mijo, despierte, Octavio. Ana, nos vamos!, ¿Pa´donde?, ¿se chifló?, No sé pero nos vamos ya, ¿Ya?, Sí ya!, ¿A medio día, delante de todos?, los niños están en la escuela, Ana ¿Porqué no me despertó?, Octavio lo llamé como veinte veces, usted, estaba sudando a chorros, hablaba como un loco, qué le pasa mijo, ¿qué le duele?, Ana deje la preguntadera, no hay tiempo, vaya por los niños ¡Octavio! ¡Octavio!, oiga mijo hágale a trabajar son las 5, es tarde, si hoy tampoco pesca ¿qué vamos a comer?¿Qué hora me dijo que es? Las 5 am pasaditas, Gracias a Dios venga deme un beso Octavio deje de jugar, usted sabe que, Sí ya se, pero hoy es diferente, hoy nos vamos y no empiece  a preguntar, los niños no vuelven a esa Escuela, usted no lava más ropa ajena, ¡nos vamos Ana!, nos van a matar, que se queden con este rancho, pero ya no más, ¡no más!

Sé que estoy mirando el aguacero desde la ventana, pienso en ello mientras respiro sin enfriarme. Ahí están los techos de lata, los zapatos viejos, ese que va pasando despacio por la avenida, aunque hoy prefiero pensar en la raíz seca, en los vendedores de paraguas. Desde esta ventana mía huelo el chocolate hirviendo, en medio de ese goteo arítmico que hace callar o subir un poco más el tono de la voz. Veo esas otras ventanas empañadas, reteneniendo un vapor sudoroso, lienzo efímero en dedos de infantes, cortina en mundos adultos. Y hay luces de coches humanos que dejan ver los espacios abandonados, los recorridos hacia la cocina, sala, cocina, baño, habitación. Del otro lado es ya la hora pico de la lluvia en la que todos corren húmedos hacia lo seco. Se vive una inquietud contagiosa en el sonido de ese choque acuático, como si su reventar sincopado agitara las piernas de los que están fuera, y los cuerpos y lenguas de los que están dentro; como si sirviera de fondo al cruel teatro de las ropas a punto de mojarse, pero siempre rescatadas antes de la centésima gota; o a la función secreta de los pies presurosos, arrugados entre las medias; o acaso, a esa alegría de estar bajo techo, en la certeza inconsciente de que otros no, pero yo sí. Las gotas siguen dibujando esferas cada vez más grandes, es tarde y hace frío, no espero a alguien; me da igual este aguacero, al menos esta noche.

Octavio, aquí no conocemos a nadie, Tranquila Ana, a veces es mejor así, en todas partes hay trabajo para el que sabe hacer las cosas, ni porque Dios estuviera muerto, Pero aquí no hay río, No empiece con eso, Está haciendo brisa de lluvia mijo, Mejor pase rápido la calle, esos carros también matan, Los niños están muy cansados, Bueno quédense aquí, ya regreso, Qué tal esa vieja mamá, lleva ahí parada en esa ventana todo este rato, A lo mejor está esperando a alguien, ¿Porqué mi papá no llega?, Somos cuatro, pero nos acomodamos en una sola, de verdad, vea el radio, está buenecito, y también coge FM, mañana temprano nos vamos, Listo, pero bien temprano, Esto huele a galpón papá, Luis deje esa ventana quieta, Mire Ma, puedo hacer una casa, y la borro, borro todo todo, Luis abra esa ventana un poquito, a ver si se espanta este olor tan berraco, Mijo mañana qué vamos a hacer, Por ahora descansemos, ahora sí cierre que se nos mete el agua.

Tengo los pies llenos de sabañones, me alegra que estos tenis estén rotos, así les sale mas rápido el  agua. Este cambuche es bueno en tiempo seco, pero apenas se vienen las lluvias toca esperar a que todos salgan del edificio ese grande y armar rancho ahí atrás; menos mal no hay celador. Me echo encima todas las páginas, en especial las sociales, me gusta abrir el ojo y ver a las modelos, ni que fuera bobo pa’ ponerme en la cara las judiciales. En un día como hoy es mas fácil la jugada. Uno se asoma a un restaurante de esos de corrientazo con la ropa empapada y ahí mismo le piden a uno la vasija pa’ echarle la sopa hirviendo. Yo aprovecho, lavo los tenis, la camiseta, el pantalón y me río de ver las caras de las viejas que pasan y se escandalizan de verme en calzoncillos; una que otra me mira la mercancía, y luego sale corriendo. Entre más duro es el aguacero, mejor. La gente olvida cosas por salir corriendo. Eso sí, en los semáforos se daña la vuelta porque todos suben los vidrios. Los que van a pie evitan los charcos, pero al final están igual que yo, solo que van y se empelotan en sus casas, en las que acumulan recibos y pagan arriendo. Si llueve todo el día es una belleza porque muchos se acuerdan del Lucho, del man indigente; le gastan un tinto, le regalan el periódico, le botan unas monedas; no toca montarla de terror, ni sacarles el chuzo, tal vez el frío los ablanda. Lástima que por aquí llueve poco. Y no, no he pensado irme pa’la capital, allá la lluvia es cosa seria. Cuando era pequeño mi papá nos llevo a la tal Bogotá. Llegamos con la ropa que teníamos puesta y tan de malas que esa ciudad es cielo roto. Mi papa empeñó un radio que tenía pa’que nos dejaran quedar una noche en un cuartucho más maluco que mi cambuche. Por eso le digo que es mejor la lluvia de por acá, vea usted, en unos lados mata, como hizo con mis cuchos, pero aquí me da la vida.

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